jueves, 12 de febrero de 2015

UN CORAZÓN ENTREGADO AL SEÑOR

“Dios me llamaba pero no atendía a su mensaje”. El Padre Damiano Tonegutti, religioso de Los Sagrados Corazones, ofrece en una charla sincera y a corazón abierto su visión de la vocación y explica, sin complejos, cómo fue calando la llamada de Dios en lo más profundo de su corazón. Apenas lleva tres años ordenado y repasa su vida con la mirada de quien se siente un instrumento del Señor. Este joven cura, tierno en su expresión y con un gran sentido del humor, ha sabido convertir su mensaje personal en toda una lección de lo que supone la llamada de Dios. Una llamada que nos toca a todos en cualquier momento de nuestras vidas.

Desde muy joven, en su Italia natal, Damiano buscaba en su interior. Sabía que tenía que ofrecer algo al mundo. Un desvelo personal que le llevó a profundizar en la filosofía, el cine, la cocina, otros países, nuevas culturas. “Leía a todas horas tratando dar sentido a mi vida porque encontré en la filosofía bastantes respuestas a mis dudas”- declaró al comienzo de su intervención.  Para este religioso de Los Sagrados Corazones, el acierto en su camino, como en el de otros muchos, ha sido poder contemplar de cerca el lado oscuro de la vida, con sus obstáculos, sus penas, sus desgracias y miserias. Desde muy joven Damiano tenía esa inquietud afligida. Pero lentamente fueron cayendo en su camino las semillas del Señor. Las que proporcionan esas personas que se nos acercan en momentos muy determinados y que, con sólo una mirada, una sonrisa o un abrazo, te marcan para siempre.
Quizás la mayor duda de Damiano consistía en determinar si ese talante simpático, alegre y divertido de su conducta juvenil podría, en un futuro, ser compatible con la vida sacerdotal. Y ciertamente así lo fue. Porque los que le conocen saben apreciar la cercanía de este joven religioso, su afecto, su ternura, su cálida acogida, su escucha y, sobre todo, su amplia sonrisa.  No fue una adolescencia fácil la de este italiano. Pero aquellas incertidumbres y golpes de la vida quedarán ya en el libro de sus recuerdos como “algo de lo que hay también que aprender. Todos tenemos un pasado. Vale más la pena que entiendas que forma parte de tu vida, y que es mejor quedarte con lo bueno y aprender de los errores para afrontar tu futuro” – explicaba.
De las palabras ofrecidas ayer por este religioso en la Parroquia del Corpus Christi de Jerez se puede desprender que, como ya se ha visto en otras tantas situaciones, la llamada a la vocación es algo que se cuece lentamente, como los pucheros de Santa Teresa. Un ardor que no se apaga y que crece pausadamente, con sus altibajos, desventuras y emociones, pero de una forma regular hacia Jesús. Damiano no tuvo reparo a la hora de desvelar a su compañero inseparable de viaje. Aquel Evangelio pequeño que su madre le introdujo en la maleta cuando, muy joven, decidió salir en busca de aventuras y sensaciones viajando por buena parte del mundo. Y en esa odisea personal de búsqueda de sí mismo, ese anhelo innato que le empujaba a ayudar a los demás, esa indagación y comprensión del dolor de los más desfavorecidos, el bueno de Damiano encontró un pasaje del Evangelio que le marcaría para siempre:
Entonces Pedro le dijo al enfermo cojo: - No tengo ni plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy. En el nombre de Jesucristo de Nazareth, ¡Levántate y anda!
Y aquello fue lo que Damiano podría aportar a los demás. “Yo quiero ser portador de Jesús para aliviar también a otros”- pensó. Ahora lo entendía todo. Sin duda, esa era la mayor sabiduría que aquel joven inquieto podría poseer. Porque se había pasado años buscando en la filosofía, el arte y los viajes el verdadero sentido a su vida. Y por fin cayó en la cuenta de que su mayor sentido estaba en la alegría de la Cruz.
Animado por buenas personas y compañeros de comunidades, Damiano refirió en su conferencia que “todos necesitamos a alguien que nos zarandee, alguien que nos salga al encuentro y nos alumbre, alguien que nos lleve a preguntarnos: ¿Qué quiere Dios de mí?”.
En su lucha incansable por buscar a Jesús, Damiano alude a otra cita de quien supuso un claro referente en su vida, Santa Teresa de Calcuta. Esta frase sellaría para siempre su compromiso con Jesús:
El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz.
De una forma amena y utilizando un precioso símil con su propia trayectoria, el actual párroco de la parroquia de San Pablo en Jerez , quiso emitir parte de una escena de la película El Rey León. Justo el capítulo en que Simba se marcha en soledad cuando entiende que ha perdido su identidad (el fruto del silencio es la oración). Simba necesita a alguien que le zarandee y le ponga las cosas claras(Rafiki, el mono vidente sale en su ayuda). Después Simba reconoce a su padre, Mufasa – rey de la manada - , quien le dice desde el cielo que busque en su interior (el fruto de la oración es la fe).Finalmente y, como el hijo pródigo, Simba reconoce su identidad y regresa a casa renovado y con otra luz en su rostro (El fruto del amor es el servicio y el fruto del servicio es la paz).
Fue el testimonio de fe de un joven religioso que defiende la necesidad de la persona y la importancia de una comunidad para facilitar el acceso a Dios. El testimonio de quien sabe que no podemos borrar nuestro pasado, pero sí darle otro  sentido. El testimonio de un gran sacerdote que entiende que todo lo vivido ha sido diseñado por la mano del Creador. 

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